100 años de María Luisa Bemberg

100 años de María Luisa Bemberg

100 años de María Luisa Bemberg: transgresión, creatividad y construcción en red

Por Ximena Pruyas*

“El discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse”.

Michel Foucault


En la primera mitad de la década del sesenta, la Ciudad de Buenos Aires fue el escenario para la aparición de agrupaciones feministas que discutieron los mandatos tradicionales en el amor, el sexo y los roles de género, poniendo a las mujeres -y su sexualidad- como principales protagonistas (Tarducci, Trebisacce, & Grammático, 2019). Entre sus precursoras se encuentra la prestigiosa cineasta y guionista María Luisa Bemberg, nacida en el seno de la alta burguesía un 14 de abril de 1922.

En una época en la que el feminismo era mal visto, Bemberg transgredió el mandato de la buena mujer ligado al hogar, y participó en la fundación de la Unión Feminista Argentina (UFA) en 1970 y de la Asociación “La Mujer y el Cine” en 1988. El objetivo de estas apuestas fue la de generar narrativas propias, romper estereotipos de género, promover a otras mujeres e impulsar la base de derechos que hoy ostentamos.

La idea de la UFA fue constituir círculos de reflexión y autoconocimiento, llamados “de concienciación”, acerca de la sexualidad, la maternidad y el vínculo con el dinero. A través de la lectura de textos de feministas extranjeras como Simone de Beauvoir, Virginia Woolf y Kate Millet -que eran traídos de Estados Unidos y Europa para luego ser traducidos- se puso en debate las pautas de comportamiento consideradas normales y correctas con relación al sexo, mostrando la articulación entre la dimensión sexual y la política.

A su vez, mediante acciones en el día de la madre intentaron mostrar el carácter político del mandato maternal y reclamaron el fin de los abortos clandestinos con panfletos que señalaban un día cotidiano de la mujer limpiando, cocinando y cuidando a las criaturas mientras la televisión le ordenaba que “sea bella y use una crema”. 

Problemática que también estuvo presente en el trabajo de María Luisa Bermberg, en el guión de Crónicas de una señora señala que “hay que haber tenido hijos para saber que no me bastan”. Podría pensarse en la influencia del libro La mística de la feminidad de Betty Friedan, sobre el malestar sin nombre de la mujer producto de concebir una esencia de la femineidad ligada al hogar. Pero lo cierto, es que en numerosas entrevistas Bemberg explicó que el amor maternal no le basta, que ella tiene una necesidad de explotar su creatividad, su pasión, inteligencia y vitalidad en algo más que en los quehaceres de la casa.

Su trayectoria militante une ineludiblemente al cine y al feminismo, en sus propias palabras:

“A través de mis películas me propuse modificar la imagen de la mujer en el cine, que es la que suelen dar los varones. Siempre está en el rol secundario, es la que da la réplica, el chiste, el gag. El conflicto es siempre masculino y la mujer siempre es la madre, la noviecita buena o la puta. Nada de eso es un ser humano completo. Entonces me dije: está bien, dejémoslo, es la visión masculina. Voy a dejar de quejarme de lo que hacen los hombres y voy a tratar de hacer lo mío para proponer una mirada diferente que pueda servir a las mujeres”.

La exitosa filmografía, de estilo intimista, comprendió al arte desde su vínculo político a través del régimen de lo sensible. Allí expuso una visión crítica de la situación de opresión en la vida cotidiana de las mujeres de la clase alta y media, la división sexual del trabajo y la implicación de lo público sobre lo privado. A la vez que ofreció imágenes de mujeres como sujetos deseantes, con aspiraciones intelectuales y con igualdad de capacidad que los hombres, en contraposición de la representación de las mujeres como mero objeto de la mirada masculina.

En sus producciones exploró una mirada femenina en el cine nacional, en la que buscó provocar a su audiencia, y expresar su descontento con el sexismo, al que consideró como la primera expresión fascista, y como una mirada sumamente reaccionaria sobre el mundo. A su vez, se permitió soñar y poner en la pantalla grande a mujeres que tuvieron el valor de transgredir los mandatos culturales, tomar sus decisiones y elegir su camino. 

Por su parte, la Asociación “La Mujer y el Cine” se propuso estimular a las mujeres en los roles de liderazgo de la industria cinematográfica y difundir su producción, para poder decidir qué contar, cómo se va a contar y desde dónde se va a contar. Pasos que establecieron el espacio para la aparición, el desarrollo y la multiplicación de nuevas directoras y de mujeres en espacios técnicos (Tundis, Minella, 2013).

En una búsqueda de sí misma, María Luisa Bemberg, ingresó al cine a los 50 años, en un momento en el cual la industria cinematográfica era parte del mundo de los hombres, y lo hizo con el compromiso de convencer y persuadir sobre los derechos de las mujeres. Y así como no le bastó el mundo doméstico, tampoco le bastó la salida individual que obtuvo -en parte gracias a sus privilegios de clase-, y buscó también crear redes para la emancipación de otras mujeres desde su activismo en la UFA, en la Asociación y en sus propias producciones. 

A un siglo de su natalicio, como mecanismo de justicia y de agradecimiento, desde Fena queremos visibilizar a María Luisa Bemberg por su tenaz activismo contra las violencias simbólicas, expresados en sus obras: sus dos cortos: El mundo de la mujer (1972) y Juguetes (1978); y en sus seis largometrajes: Momentos (1981), Señora de nadie (1982), Camila (1984), Miss Mary (1986), Yo, la peor de todas (1990) y De eso no se habla (1994).

María Luisa Bemberg murió en Buenos Aires el 7 de mayo de 1995, a los 73 años, enferma de cáncer, mientras trabajaba en el guión para su película El impostor -basada en un cuento de Silvina Ocampo- que luego, en 1997, sería estrenada. 

Te dejamos aquí un enlace en el que podrás encontrar muchas de sus películas, guiones y entrevistas.

En éste video podrán escuchar a María Luisa hablando sobre el cine y su mirada feminista.

* Ximena es Licenciada en Comunicación Social y se especializa en comunicación, género y derechos de la humanidad. Integrante de la Comisión de Comunicación de FENA.

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Referencias:

Tarducci, M., Trebisacce, C., & Grammático, K. (2019). Cuando el feminismo era mala palabra. Algunas experiencias del feminismo porteño. Buenos Aires, Espacio editorial, 158 pp.

Tundis, F., y Maitena, M. (2020). Cine argentino con perspectiva de género: un breve repaso.

Premiación por Video Documental “Ñande”

Premiación por Video Documental “Ñande”

FENA RECIBE UN PREMIO POR EL VIDEO DOCUMENTAL “ÑANDE”

El colectivo de Mujeres Ñande Kuera Haitema del programa de talleres de FENA, realizó un video documental en co-creación y de forma virtual con el equipo audiovisual de FENA durante los meses de confinamiento. La producción resultó ganadora del concurso “Prácticas comunitarias: solidaridad y cuidados colectivos” y recibió un premio en efectivo otorgado por el Programa de Cooperación Cultural e Internacional IberCultura Viva. A continuación te contamos más sobre la experiencia de creación colectiva y los motivos que impulsaron a la realización de la pieza audiovisual.

Ninguna se salva sola. Aislarnos no fue sólo quedarnos en casa. Aislarnos fue tener que retirarnos de los espacios comunes y sociales. Fue perder los canales de comunicación e intercambio, sentir las redes más frágiles que nunca. Aislarnos fue darnos cuenta que nos necesitamos y decidirnos a reconstruir los vínculos para poder sosternernos.

Ñande Kuera Haitema, se lanzó a hacer su primer contenido audiovisual digital. El video documental busca narrar en primera persona cómo es pasar la pandemia dentro del Barrio Padre Mugica (ex-villa 31) y mostrar las prácticas comunitarias, la solidaridad y el cuidado colectivo llevado adelante por las mujeres de Ñande Kuera Haitema junto al resto del equipo de FENA.

 El video documental “Ñande” muestra como un grupo de mujeres llevan a cabo nuevas estrategias que reivindican los espacios de organización social, dando la contención y acompañamiento, aun cuando la salud y la posibilidad de una comunicación fluida se ven completamente vulneradas.

“Ñande” intenta visibilizar mediante una realización producida íntegramente desde la participación horizontal, que en tiempos de adversidad y cuando las necesidades básicas son quebrantadas, nos sostienen las redes autogestionadas.

Miralo.

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Hits que duelen

Hits que duelen

Hits que duelen

En el marco del 8M, en FENA lanzamos junto con Isobar “Hits que duelen”, una campaña que pone en evidencia la violencia machista en la música y el foco sobre las voces que escuchamos y amplificamos.

“La violencia machista se filtra en la música y no es casualidad. Un hit no es un golpe de suerte, como pareciera que sucede, se construye. Hay muchas decisiones detrás de crear y reproducir ciertos mensajes. Las canciones son expresiones culturales que construyen sentidos e impactan en nuestros procesos emocionales y subjetivos, en los roles que cumplimos y en las formas de vincularnos.” explica Alejandra Rovira Ruiz, nuestra Directora Ejecutiva.

Al relacionar las letras de canciones con casos de violencia machista, la campaña demuestra cómo las composiciones comparten mucho con la realidad de la violencia de género.

“Hay canciones que cantamos sin pensar en lo que dicen y en la violencia de sus palabras. Este tipo de mensajes que forman parte de nuestra cultura no hacen más que naturalizar la violencia hacia las mujeres. Creo que todos debemos trabajar en la construcción de una sociedad más justa, no importa donde trabajemos”, cuenta Matías Martty, Director General Creativo de Isobar Argentina.

En ese sentido, en Fena trabajamos de manera colaborativa para potenciar mensajes libres de violencia de género. A través de alianzas con quienes crean los mensajes que aparecen en todas las pantallas plantean nuevos paradigmas de comunicación y construcción cultural. Es necesario generar este tipo de campañas para poner las violencias menos visibles al descubierto y sumarnos a quienes tienen las herramientas para que tengan alcance y resonancia.

Mira el video de lanzamiento de la campaña:

 

#violenciasimbolica #violenciaenlamusica #violenciadegénero #campañas

La piel que admito

La piel que admito

La piel que admito

por Alejandra Rovira Ruiz*

La ley “Anti Photoshop” establece que toda publicidad donde aparezca una figura humana post producida digitalmente tiene que exhibir: “Esta imagen ha sido retocada y/o modificada digitalmente”. ¿Alguien se acuerda de haberlo visto? ¿Alguien lee realmente el mensaje? ¿O los cuerpos artificiales se llevaron toda nuestra atención?

Fueron muchos años retocando pieles, sacando texturas, marcas, manchas y vida a los cuerpos de las mujeres, un trabajo que muchas veces tuvimos que hacer o dirigir l@s fotograf@s, director@s de arte o retocador@s. Un trabajo para publicar en alguna revista de alta tirada que mirarían un montón de chicas sin saber que esas pieles nunca existieron.

Entre el batallón de imágenes, más o menos representativas de nuestras realidades (usualmente menos que más), aparece algo en común: la textura de la piel es homogénea, tersa, sedosa, brillante. Es hábito retocar clonando poro por poro, uno al lado del otro, o desenfocarlos eliminando todo tipo de textura de la piel, anulándola. Pieles que no respiran ni dejan respirar. Pieles que se diseñan porque ¿quién quiere ver acné, cicatrices, manchas de nacimiento en carteles de publicidad o en imágenes con llegada masiva?

El cuerpo de la mujer y el tratamiento de su imagen en post producción es el más radical, la representación de esa corporalidad queda especialmente disociada de nuestra realidad, lo que nos deja confundidas y excluidas. Desde distintos medios se instala la idea de la belleza como símbolo de perfección, lo que no queda tan visible es que ésto implica muchas horas de trabajo frente a un programa de post producción y un uso excesivo de estas tecnologías. Se construyen nuevas pieles que se posicionan en nombre de la belleza y su mercantilización para vender desde cremas hasta aspiradoras.

Tenemos entonces a disposición herramientas para construir imágenes aspiracionales, que sostienen cierta estructura en los modelos establecidos de belleza. La pregunta es ¿Cómo se construyen los deseos de las personas bajo el alto consumo de estas imágenes? ¿Cómo inciden en sus singularidades?

Es difícil determinar por dónde empezar para abordar la problemática y sus posibles consecuencias. Siendo optimistas, luchamos para que paulatinamente se reconozca la sobre-estetización de las mujeres (y productos) en las campañas, las publicidades, y en la industria de la moda, pero es un trabajo estéril hasta que los medios, comunicadores, y las marcas se hagan cargo de un problema que ellos mismos van generando. En paralelo, l@s artistas y fotógraf@s deberíamos repensar el plano de lo simbólico ¿Qué mostramos? ¿Qué contamos? ¿Para quiénes trabajamos? ¿Cómo nos posicionamos frente a l@s clientes? Sin desconocer que desarmar un problema estructural que caló (y cala) hondo en la construcción de las subjetividades de las mujeres y de la sociedad en general parece ser un desafío muchísimo más complejo.

“Es entonces como las mujeres deben tener movilidades “apropiadas, comportamientos “apropiados”, ropas “apropiadas” (…) reproductoras biológicas de la nación o de las culturas particulares” dice Ochy Curiel en “El estado-nación multi y pluricultural”. Si bien su análisis apunta a una circunstancia distinta, queda resonando la idea de la “propiedad” y su transversalidad en las culturas y momentos de la historia, teniendo en cuenta lo estructural de las violencias y la inequidad de género. A las mujeres se nos invita a ser apropiadas, a ser propiedad de otr@ (casi siempre otro): se hace una apropiación de la imagen de la mujer, la roban, la borran, la modifican para que sea conveniente, para que encaje en una matriz patriarcal y capitalista que persigue fines específicos pero con altos costos emocionales, psíquicos y físicos para mujeres y feminidades.

En FENA revisamos prácticas con una mirada crítica y con perspectiva de género para contribuir en la eliminación de la violencia hacia mujeres y comunidad LGBTIQ+ abordandolo desde lo simbólico y planteando un cambio de paradigma. Uno de nuestros ejes son las producciones en las que fotograf@s, artistas, y productor@s nos reinventamos. Elaboramos contenido crítico visual y audiovisual, y resignificamos los modos de trabajo en una industria que habitualmente tiene que hacer lo contrario. Sabemos que “hacer visible” en esta sociedad es volver posibles cuerpos e identidades que históricamente fueron expulsados por un sistema que norma y que a su vez forma sentido común.

Fue por esto que decidimos hacer esta campaña y convocar a mujeres que quisieran fotografiar su piel sin maquillaje y sin retoques, mostrar sus marcas como expresiones fisiológicas y no como un error. Durante la producción se hablo de todo ésto, de la relación del adentro con el afuera, de su significado, de experiencias personales y porqué estar ahí, reivindicando nuestras pieles: pieles que vivieron, se lastimaron, se sanaron y siempre, SIEMPRE, respiran.

Mirá nuestra producción fotográfica sobre pieles acá: Pieles

*Alejandra es fotógrafa y directora de arte. Trabajó durante muchos años dentro del mundo publicitario y es Fundadora y Directora Ejecutiva de FENA.

Cuerpos en cuarentena

Cuerpos en cuarentena

Cuerpos en cuarentena

Entrevista a Lux Moreno – Activista Gordx, Escritora y Profesora de Filosofía.

La situación de encierro por la pandemia intensificó las demandas sobre el cuerpo, pero, sobre todo, demandas en tensión para un mismo cuerpo: “Producí pero descansá”, “Distraerte pero formate”, “Cociná pero no engordes”. ¿Qué pensas de esto y de los mensajes que se difunden en los medios para instalar y reforzar esas demandas? 

Pienso que en esto que ustedes llaman “demandas” hay un reforzamiento de las formas de producción capitalista que se centran, básicamente en valorizar el cuerpo: La idea de que un cuerpo tiene que ser hiper productivo. Ahora, lo que sucede es que tiene que cumplir en un doble sentido: tiene que consumir pero también tiene que cumplir con las normas sociales. Es un cuerpo que tiene que hacer 50 panes pero a la vez tiene que estar en forma. Este fenómeno que parece nuevo y particular de la cuarentena, es un reforzamiento de los modos de producir sujetos del sistema de consumo. No es algo nuevo sino que la contradicción es más evidente.

¿Crees que en confinamiento y con la pandemia “afuera”, el gordo-odio se recrudece?

Creo que el confinamiento y la vigilancia sobre un virus que puede afectar a personas de determinado rango etario o con ciertos antecedentes médicos han generado un reforzamiento de algunos mandatos sociales que estuvieron siempre dando vueltas. No de todos, porque se hace especial hincapié en los mandatos que tienen que ver con la corporalidad. Hay un reforzamiento en el cuidado de tu cuerpo en el sentido del peso corporal, como si lo saludable sólo fuera medible en ese peso corporal y en las actividades que vos realizás.

Se sigue instalando la idea del cuerpo gordo como una amenaza. Circularon una gran cantidad de memes y chistes sobre el “engordar” como lo peor que puede pasarte. ¿Por qué crees que aún en medio de una pandemia se sigue instalando a la gordura como el enemigo?

No creo que la gordura se haya instalado como enemigo durante la cuarentena sino que es una violencia que se venía dando -y se venía dando en escalas muy fuertes- y que adicionalmente se recrudeció en este periodo.

La gordura aparece como un enemigo desde 1995 cuando empezaron las primeras políticas internacionales en contra de la gordura. La gordura ya era un enemigo público. Lxs gordxs son enemigos públicos porque demuestran que el capitalismo no puede optimizar TODOS los cuerpos. Y ante eso, como estos cuerpos no se pueden tapar, no se pueden eliminar por arte de magia, se los convierte en aquello que se señala, que se repudia y a partir de ese señalamiento se reproducen las normas para todos los otros cuerpos. Esto es lo que hacen los chistes y los memes que están circulando sobre gordofobia específicamente: reforzar las normas y las jerarquías sociales sobre los cuerpos. 

Lo más preocupante es que hoy, incluso dentro de los feminismos, sigue pasando que pedimos por los cuerpos de las mujeres e identidades no binarias pero no por los cuerpos de lxs gordxs. Esa jerarquía de los cuerpos se sigue repitiendo en todos lados. Me parece que repensar el cuerpo aparece en el 2020 como una forma necesaria para poder pensar la inclusión.

Al cambiar -o desaparecer- las interacciones sociales, ¿Qué pasa con nuestros cuerpos? ¿Cómo es que siguen operando mandatos sobre si estamos vestidas “bien o mal”, la depilación, cómo tenemos el pelo? 

Yo creo que hay algo muy interesante: pensar que la norma está afuera es un error. El mandato no está afuera, no me siento mal cuando voy al supermercado, sino que la norma se juega adentro y en las redes sociales, en aquello que yo comparto sobre  “mi vida dentro en la cuarentena”. Somos todos policías de los cuerpos. 

Está también la idea de “nueva normalidad”, que se está usando tanto, que es un gran problema. No porque sea -o no- normal o porque sea -o no- nuevo, sino porque ¿qué es lo normal? ¿Cómo definimos qué es normal y, más aún, en cuarentena?

Se está instalando una especie de “normalidad” de la vida en cuarentena que dá por dados una serie de privilegios como el espacio físico, la privacidad, hasta los dispositivos tecnológicos. 

Se dan ciertas “obligaciones” que son elitistas porque presuponen que tenés un espacio para hacer ejercicio, o la privacidad para poder tener una videollamada, o la conexión a Internet para sostenerla. Alguien que está en un barrio vulnerado y no puede quedarse dentro de su casa, o alguien que vive en una habitación en la que no se cumplen las normas del aislamiento obligatorio, lo va a vivir necesariamente distinto. Su “normalidad” es otra. 

Yo podría decir que todos vivimos de la misma manera la cuarentena y que hay gente a la que le ha resultado muy funcional, pero hay otras personas para las que es un proceso traumático, que genera ansiedad, que genera situaciones de angustia. 

Sobre las “obligaciones” que se crean en este contexto, y sobre cómo las demandas sobre los cuerpos siguen pesando, ¿qué pasa con las exigencias de la imagen como “verse bien en la videollamada” o en las stories, las selfies, etc?

Respecto a la imagen me parece interesante retomar esta idea: ¿Qué es la imagen?  o ¿Qué busca representar esa imagen? ¿Qué nos pasa en la “espectacularización” del cuerpo por medio de las videollamadas? Algo sucede que hace que, de alguna manera, dejemos nuestra corporalidad y la pensemos netamente como una imagen. 

Yo creo que no es que estamos más conscientes de nuestra imagen sino que estamos más conscientes de que esa imagen es un objeto de consumo y que tiene cierto valor. Cuando nuestro cuerpo es sólo algo que se ve quedamos de frente al mismísimo dispositivo de la espectacularización.

¿Cómo hacemos para aceptar nuestros cuerpos sin sentirnos interpeladas por estos mensajes? ¿Qué herramientas tenemos especialmente cuando estamos aisladas?

La pandemia nos expone a  un suceso de aislamiento particular. Es traumático en un sentido muy fuerte porque estamos frente a la posibilidad de que el sistema de salud -tal como lo conocemos-, colapse y no pueda dar respuesta a las demandas de la población. Pero al mismo tiempo, estamos ante un cambio en las rutinas, lo que antes mencionamos como un cambio en la “normalidad”.

De repente cambia la relación física con los otros y hay un nuevo juego de distancias que necesariamente nos pone ante una situación angustiante. Ante el reforzamiento de los mandatos sociales sobre el cuerpo  respondemos cómo podemos. 

No sabemos qué va a aparecer ahora como “nueva norma”. Entonces hay un reforzamiento de los dispositivos de control. Básicamente, una se agarra mas o menos de donde puede. Es decir, nos sentimos interpeladas por esas normas que son las conocidas, por más complejas y discriminatorias que sean. 

Ahí nos damos cuenta como activistas o como personas en proceso de deconstrucción, que quizás no podemos responder a todas las demandas y que está bien, hay algo del malestar que me parece que no es tan fácilmente tramitable en estos momentos y no hay estrategias claras sobre cómo tramitar esto.

Me parece importante sí seguir los consejos que dio el ministerio de salud en relación a la salud mental. Es super importante mantener las rutinas en la medida de lo posible, tratar de pensar que esto es transitorio, entre otras cosas.

Sinceramente creo que lo único que podemos es mantener  el apoyo en de las redes afectivas que tenemos como nuestra familia o con nuestros amigos mediante la virtualidad. En las redes sociales tampoco hay sólo violencia sino que también proliferaron muchos mensajes bastante esperanzadores sobre poder pensar algo distinto de eso poder disentir sobre los mandatos y estereotipos. Hay otros repertorios y sobre todo está la capacidad de disentir.

Muchas gracias por tus reflexiones. ¿Dónde podes leerte o escucharte? 

Me pueden leer en mi libro o en las publicaciones que hago en mi Instagram (@reinamiel). Me pueden escuchar en diferentes formatos: hay un montón de radio cut dónde estoy dando entrevistas y demás, y también estoy dando talleres de activismo gordx que son para cualquier persona y sin conocimientos previos sobre la temática. Es una experiencia muy linda. Lo estamos haciendo de manera virtual ahora y la verdad que a mí me encanta.

Y también no se me pone encontrar en casa Mora Talleres en Facebook o como Lux Moreno también en Facebook.

Lo esencial

Lo esencial

Lo esencial

por Ornela Borrello

Las crisis tienen la característica de cambiar las prioridades: lo que era urgente pasa a segundo plano, lo que nos movía se paraliza, y lo importante pasa a ser esencial.  La pandemia por Coronavirus evidenció que el trabajo de algunos y algunas es esencial para la supervivencia del resto. 

En las últimas semanas vimos como repartidores, empleades de comercio, y personal de la salud, entre otres trabajadores, ganaron en la lotería de la pandemia el título de “esenciales”.  Sustanciales, principales, y notables, sus trabajos se convirtieron en nuevos servicios imprescindibles para la comunidad. ¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de trabajos esenciales? ¿Son esenciales los trabajos o les trabajadores? ¿Que sean esenciales significa que no pueden dejar de hacerse sin importar las condiciones?    

Vivir sin ti no puedo

La romantización es una forma de violencia indirecta, interiorizada y naturalizada que le da sentido a la explotación u opresión. Romantizar consiste en tomar un evento, un suceso o hecho social y convertirlo en algo épico, enaltecerlo, sacarlo del plano de lo real para hacerlo suceder en la trascendencia. Detrás de cualquier narrativa siempre hay una forma de entender el mundo, y detrás del relato del “trabajo esencial” podemos encontrar un sistema que favorece la precariedad y explotación.

Romantizar el sacrificio, el  trabajar en peligro, y la excepcionalidad deshumaniza a les trabajadores para convertirles en individuos extraordinarios que están para salvarnos, para servirnos de manera inevitable e incondicional. Sin embargo, mientras los heroes y heroinas no piden nada a cambio de su entrega, los trabajadores y trabajadoras tienen necesidades muy concretas y derechos que no pueden ser vulnerados por muy heroica que creamos que sea su tarea.

Entonces, ¿por qué romantizar? Se romantiza para justificar los malos tratos, para convertir un sistema explotador en el escenario adverso de una travesía heroica, para normalizar el sacrificio y mostrarlo como inevitable. Se romantiza para disfrazar una precariedad estructural que nunca fue normal pero tampoco extraordinaria.

Las mismas empresas que no reconocen a sus repartidores como empleades, ni les dan los elementos básicos de trabajo, nos dicen que el suyo es un servicio social y nos piden que lo reconozcamos con agradecimiento y propinas. Los espacios políticos que estando en el poder le quitaron el estatus de profesionales de la salud a enfermeras y enfermeros nos invitan a aplaudirles en los balcones y a entonar el himno es su honor. Los empleadores que mantienen en la informalidad a sus empleades agradecen “la garra” mientras recortan sus ingresos por fuera de la ley. 

El lugar central que ocupan les trabajadores “esenciales” en la cuarentena, lejos de redundar en su beneficio -en aumentos de salario, en mejores condiciones de trabajo, o una mejor posición para negociar-, termina usándose en su contra, de manera extorsiva, para exigirles aún más, dándoles menos. Si el trabajo es invaluable no hay recompensa de valor equivalente posible y pareciera que si el aporte es esencial, la retribución también puede ser invisible a los ojos. 

Eso que desde hace rato llaman amor

La romantización de la explotación no es una excepción ni un síntoma de la pandemia. Lo saben bien las trabajadoras domésticas, las cuidadoras, las docentes, las periodistas, las que ejercen su vocación, y las que por dedicarse a algo que han elegido sienten que no tienen la posibilidad de demandar. 

Lo que trae esta nueva crisis es la dificultad para actuar colectivamente en un contexto que nos llama a aislarnos, y para exigir lo propio sin quitarle al colectivo.  ¿Cómo nos fortalecemos y empoderamos si no podemos juntarnos? ¿Cómo levantamos la voz y reclamamos cuando el llamado es a darlo todo, a sacrificar lo individual en pos de lo comunitario? ¿Cómo traducimos los aplausos de las 9 y los carteles de los balcones en acción conjunta que mejore las condiciones de quienes consideramos esenciales?

A la tarea ya titática y cotidiana de hacer visible lo invisible se sumará el desafío de pensar nuevas formas de resistencia común en espacios que se acotan y que son cada vez más individuales. 

Creo que es martes

Creo que es martes

Creo que es martes

Ensayo por Paola Tamarit

Tengo que despertar a la nena que se acostó tardísimo porque todos los horarios están corridos pero lo mejor es tener una rutina dicen los profesionales de la tele ¿Tendrán hijos? Es casi imposible.

Así y todo, empiezo a despertar a mi hija. Tipo nueve y media logro que se levante y desayune. Es el límite porque a las 10 tiene el primer zoom del día. Primero tiene clase de Matemáticas y a la tarde le toca Inglés. Todavía le falta leer el cuento de inglés.

El zoom es otro tema. Hay que tenerla clara con el zoom y Classroom y yo ni idea. Después de haberla metido en reuniones equivocadas varias veces aprendí a hacerla entrar, descubrí cómo abrir la tarea, hacerla y que le llegue al docente. Cuando me equivoco a la niña le da vergüenza, se enoja, se frustra y me la tengo que bancar con cara de culo lo que reste de la sesión, de la tarde o, en el peor de los casos, lo que reste del día.

Hasta ahora sólo un día no tuvimos internet pero prefiero ni acordarme de ese día.

Empieza el “Tengo hambre, ma” y sé que llegó el mediodía. ¿Qué hago? Cocino algo mientras escucho cómo lee el cuento en inglés para el zoom de la tarde.

El perro hizo caca en el patio. Mi marido no lo vio al volver de hacer las compras y pisó la caca. La pisó y la desparramó por toda la casa. Lo limpia pero queda olor. Le pasa lavandina pero queda olor. La nena exclama “¡Qué olor, mamá!” como pidiéndome que lo resuelva pero yo estoy con la comida.

Almorzamos. Disfruto que estemos les tres a la hora del almuerzo. ¿Tendremos muchos más almuerzos así? ¿Cuándo se terminen los voy a extrañar? ¿Y si no terminan? Mientras la hija levanta los platos, el padre empieza a lavarlos. Aprovecho a chusmear el WhatsApp y encuentro 4 chats de trabajo.

Si me pongo ahora tengo 3 horas para laburar hasta que la nena vuelva a necesitar la compu para el zoom. No me puedo concentrar, de fondo chequeo que siga leyendo el cuento. Contesto un par de mails, hago 2 llamados, hago una lista de las cosas que quizás pueda resolver a la noche. ¿Qué hora es?

EL ZOOM. Ya estamos entrando tarde. No leyó el cuento entero ¿Cómo puede ser si está desde las 11 leyendo el cuento? Abrimos el zoom. Ella llora porque no “terminamos” el cuento. Me quedo con ella y en cuanto me relajo un poco me doy cuenta de lo mucho que me duele el cuerpo. Capaz hoy puedo hacer yoga.

Mi mamá me llama por videollamada de WhatsApp. Quiere verme, quiere charlar. Yo también quiero y le dedico todo el tiempo que puedo. Aprovecho que al zoom le queda un rato largo. ¿Cómo que ya terminó el zoom? “Si, mamá, y tengo tarea que no entiendo.” Miro las consignas mientras le sirvo una merienda que la haga tirar hasta la cena. No entiendo nada, yo no sé inglés.

La mando a bañarse. Ya se baña sola pero siempre necesita algo: el agua está muy caliente, el pelo largo se le enredó, se le metió shampoo en el ojo, salió toda mojada y no encontró la toalla.

Son las ocho y media. ¿Qué cenamos? Lo miro a mi compañero y me pregunta si cocina él. Le agradezco. ¿El me agradece cuando cocino yo? No importa, ya le agradecí y aprovecho para hacer yoga.

Cenamos, caigo en el sillón y pienso que todavía no hice la DDJJ y no pude ver cómo mierda se crea reunión en zoom. Me dan ganas de ponerme a ver una película, pero sé que me voy a quedar dormida. Será mañana.

Acuesto a mi hija, le leo, le prometo que mañana la ayudo con inglés y ya vamos a entender. En algún momento se duerme.

Querría salir con mi compañero, caminar por el río, deambular. Salimos al patio y fumamos. Charlamos y nos reímos un rato.

Un día más.

Nosotras, ¿paramos?

Nosotras, ¿paramos?

Nosotras, ¿paramos?

Por Eugenia Lasarte

En el marco del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, se realizan históricamente actividades de diverso tipo de visibilización de las problemáticas y desigualdades basadas en el género que expresa el sistema patriarcal y que oprime a millones de mujeres (y disidencias sexuales) alrededor del mundo. Desde hace algunos años, esta necesidad de dar cuenta la transversalidad de las cuestiones de género se transformó en una medida de lucha conocida como Paro Internacional de Mujeres, que se embanderó -entre otros conceptos- detrás de la idea “Nosotras movemos el mundo, nosotras lo paramos”.

La carga simbólica que trae aparejada esta idea del paro es de suma importancia, ya que evidencia, por un lado, la invisibilización socio-histórica de las mujeres e identidades femeneizadas (y su correlato: la subordinación en los diversos ámbitos de la vida cotidiana) y, por otro, el peso del movimiento feminista como actor socio-político fundamental. Sumado a esto, el paro de mujeres tiene, además, una carga material: la desigualdad en el ámbito laboral genera que, por ejemplo, la tasa de desocupación varía en más de 2 puntos porcentuales entre varones y mujeres del mismo grupo etario (30 a 64 años). Entre otros datos, la distribución de las tareas del hogar representa una desigualdad tan importante que el 75% las realizan mujeres (datos Encuesta Permanente de Hogares). Existen infinidad de datos cuantitativos que ilustran cómo opera el patriarcado en la vida cotidiana de las mujeres. Pero también existen trayectorias de vida que rescatar, porque en la particularidad de cada una, debemos encontrar la riqueza colectiva. Por las historias de las unas, son las de las otras.

En esta línea, construyendo poder popular, horizontal, con vínculos sororos, siento – en este día, y cada día- que hay de doblegar esfuerzos y ampliar la mirada por las compañeras que hoy no pueden ejercer un derecho tan propio, pero a la vez colectivo como el de realizar un paro: mujeres en situación de precariedad laboral, de violencia institucional y laboral, mujeres que sostienen el hogar sin que nadie haya reparado en sus deseos, en sus luchas, en sus dolores.

Si existiese alguna duda sobre la medida de fuerza, hoy nos empuja ser las cuerpas de aquellas que incluso con la visibilización que han conseguido los feminismos, siguen siendo explotadas en cada intersticio de su vida.

“Quien no se mueve, no siente sus cadenas”, esta idea de Rosa de Luxemburgo es tan potente que se reinventa en tiempos donde a muchas se nos están cayendo los velos de los vínculos de todo tipo. Este movimiento de liberación, o de explicitación de las opresiones, por supuesto que genera dolor, incomodidad, incertidumbre. Tenemos un sin número de cadenas alrededor de nuestras cuerpas, algunas más que otras. Este 8 de Marzo y cada día de militancia que llevamos adelantes, abracemos esas cuerpas compañeras. Para que el dolor no sea terror y para que sigan cayendo los velos.

Menstruar es un derecho humano

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Menstruar es un derecho humano

Entrevista a Sofía Slobodjanac Parisí

Sofia es profesora de Tantra y educadora sexual, investigadora independiente y escritora. Se desempeña como Terapeuta Ayurveda especializada en sexualidades y pedagogía menstrual. Además le gusta definirse como “cantora y artista”. Como creadora y coordinadora de Mujer Pulpo, se dedica al empoderamiento de la sexualidad y creatividad de la sociedad en su conjunto.


En esta primera parte de la entrevista que hicimos con Sofia hablamos de la salud de las mujeres en el sistema capitalista y patriarcal, el impacto de la mirada negativa sobre nuestro cuerpo y el rol de los medios de comunicación.

En “Menstruar es un derecho humano” decís que los problemas de salud de las mujeres son fundamentalmente sociales, ¿por qué?

Vivimos en una sociedad que no inocentemente, sino todo lo contrario, hace omisión e ignora, invisibiliza, las particularidades fisiologicas, biologicas y emocionales de las mujeres en pos de una sumisión, en primer lugar, frente el patriarcado y posteriormente al capitalismo. Para que el sistema funcione es necesario que las mujeres estén desconectadas de su salud y estén conectadas con el “sistema adictivo”. Desconectadas de sus propios deseos y conectadas con el sistema de producción, y con cualquier otra cosa que nos haga sentir que nos podemos agarrar de eso para sobrevivir, emocional y socialmente. El sistema está montado sobre esas bases, por lo tanto, se ignora y se genera ignorancia en relación a las particularidades de los cuerpos de las mujeres, gestantes y menstruantes.

En este contexto se crea una medicina hegemónica que no tiene en cuenta todo eso. En argentina recién en 1993 fue obligatorio incluir a las mujeres en los ensayos clínicos sobre enfermedades. Lo cual genera un nivel de iatrogenia terrible, porque un cuerpo con hormonas femeninas no funciona igual que un cuerpo que no las tiene. Ese es el nivel de ignorancia e invisibilización de las diferencias.

El sistema capitalista y el patriarcado necesitan homogeneizar todo en pos de someter, a todo lo que siente, a todo lo que es diferente, y a todo lo que no es fácil de encastrar, ni emocional ni hormonalmente. Sugiero leer un texto de Beatriz Paul Preciado que se llama Terror Anal, en donde habla del sistema de los “santos padres”, que son la iglesia, el estado, la patria. Este sistema oprime a las mujeres, pero también irónicamente, a los hombres les vende privilegios en tanto se castren sexual y emocionalmente. La autora dice que “se meten un dólar por el culo” y así canjean su sensibilidad, y su diferencia y divergencia por privilegios. No dejan de ser, también, sometidos por el mismo patriarcado y el sistema adictivo.

Esta sociedad que castra y quiere homogeneizar busca controlar la salud de quienes menos privilegios tienen pero que a su vez son más del 50% de la población. Necesitan controlar de alguna manera, y la manera que eligen es invisibilizar, violentar e intervenir todos los procesos motorizados por el deseo y las hormonas. Un sistema con estas características, explica por qué recién en 1998 se define la anatomía completa del clítoris. Es tremendo el nivel de invisibilización.

El tejido cultural sostiene una visión negativa del cuerpo “femenino”, ¿podrías dar ejemplos de los dispositivos sociales que reproducen esta negatividad?

Esta visión negativa del cuerpo femenino está entretejida en todos los niveles: el Estado, la escuela, las instituciones médicas, los medios de comunicación, la misma familia, y, sobre todo, los vínculos entre personas. Por ejemplo, desde la ciencia no se estudian las potencialidades de tener hormonas femeninas y lo que pueden ser a nivel creativo, lo que pueden crear como redes vinculares, la inteligencia de la intuición, del estrógeno, de la progesterona. “Son las hormonas” es una frase cultural peyorativa que se extiende impunemente a través de todos los estratos sociales e instituciones para desmerecer e invisibilizar la subjetividad de las mujeres. Nunca se atiende la inteligencia de las hormonas, pero sí se enfatiza en que las hormonas generan una supuesta “locura”. ¡Claro que generan una locura! Estamos completamente intervenidas en nuestros funcionamientos naturales corporales, y al mismo tiempo tenemos internalizada la idea del flagelo que es tener el cuerpo que tenemos y las hormonas que vivimos. ¿Cómo no la vamos a pasar mal? Si los pulsos hormonales y psíquicos, completamente naturales para nuestros cuerpos, son tergiversados y puestos al servicio del sistema, un sistema al que nuestra intuición sexual, nuestra intuición corporal, nuestra intuición vincular no le sirven porque no se pueden monetizar. No se pueden desarrollar, son tabú. Ese por ejemplo en relación al relato social de “son las hormonas”.

Otro ejemplo de dispositivo que reproduce esta visión negativa son las mismas instituciones médicas que ignoran las especificidades de las pacientes y sus dolores. Si vos tenés un dolor, infinito, y vas al médico, y te dice que “No puede estar pasando esto” ¿entonces qué? Si quien tiene que cuidarme dice que lo que le digo no es posible, que no entra dentro de los esquemas, que no puede ser, entonces pienso “Estoy loca. Soy una exagerada”. Eso genera una violencia interiorizada muy grande. Si tenés mínimos recursos emocionales, o una red vincular que te pueda decir “Che, te dijo cualquiera ese médico” buenísimo, pero no es el caso de la mayoría de las personas. La violencia interiorizada que genera la medicina, al negar e invisibilizar los dolores y las problemáticas de salud de las mujeres por qué no entran dentro de sus esquemas, de sus instituciones o dentro de las redes y posibilidades de los libros de medicinas es atroz.

Hablabas también de los medios de comunicación…

Los medios de comunicación son otro gran ejemplo: establecen permanentemente cómo debe ser o cómo es deseable el cuerpo femenino y, te “anotician”, te advierten que si no tenés esas características no vas a ser tenida en cuenta, amada, ni deseada. Las publicidades son propaganda de un sistema capitalista que dice “Ya no te van a molestar esos kilitos de más”, “Ya no te van a molestar esos pelitos de más”, “Ya no te va a molestar esa menstruación inoportuna” para que sigas con tu vida productiva, capitalista, patriarcal, como si no te pasara nada por dentro. Es otra forma de dispositivo que reproduce la negatividad sobre el cuerpo femenino, porque los cuerpos reales, los que tienen kilos, pelos y sangre, no son deseables según este planteo publicitario, poco humano y poco ético.

¿Qué propondrías para que haya un cambio de paradigma en la comunicación en cuanto a la salud femenina?

El tema de los medios de comunicación es que, al ser masivos, reproducen realidades globalizantes y homogenizantes, y los financian y sostienen las corporaciones. A menos que haya una redistribución de la comunicación a nivel más comunal, más democrática y humana, no creo que se pueda realmente filtrar un mensaje humanista y feminista real. Creo que el cambio de paradigma tiene que ver con democratizar y comunalizar los medios de comunicación masiva: radios comunitarias, espacios abiertos, centros culturales, todo lo que permita estar más en contacto directo y de manera más democrática.

Teniendo en cuenta este poder de los medios por su alcance y por ser formadores de sentido en términos culturales, ¿qué herramientas podemos desarrollar desde nuestra particularidad, desde nuestros espacios?

Hoy en día con las posibilidades que dan las redes sociales de hacer conocer voces diversas hay más llegada de esa diversidad. Creo que está bueno desarrollar asociaciones, cooperativas, reunirse con la gente del barrio, recuperar lo comunal y crear cosas en conjunto. Al mismo tiempo estar presentes en los espacios donde haya que debatir, encontrarnos con la opinión ajena, y realmente aprender a consensuar en la vida real. Hay una predisposición a ir y pelearse por facebook, un espacio donde muchas veces la gente desagota su violencia, pero limitar las redes a eso, sin hacerse cargo de la realidad social no construye. Lo que impacta es generar radios comunitarias o podcasts, programas, nuevos contenidos y que se escuchen las voces de las personas reales, de cada comuna, de cada pueblo.