Lo esencial

Lo esencial

Lo esencial

por Ornela Borrello

Las crisis tienen la característica de cambiar las prioridades: lo que era urgente pasa a segundo plano, lo que nos movía se paraliza, y lo importante pasa a ser esencial.  La pandemia por Coronavirus evidenció que el trabajo de algunos y algunas es esencial para la supervivencia del resto. 

En las últimas semanas vimos como repartidores, empleades de comercio, y personal de la salud, entre otres trabajadores, ganaron en la lotería de la pandemia el título de “esenciales”.  Sustanciales, principales, y notables, sus trabajos se convirtieron en nuevos servicios imprescindibles para la comunidad. ¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de trabajos esenciales? ¿Son esenciales los trabajos o les trabajadores? ¿Que sean esenciales significa que no pueden dejar de hacerse sin importar las condiciones?    

Vivir sin ti no puedo

La romantización es una forma de violencia indirecta, interiorizada y naturalizada que le da sentido a la explotación u opresión. Romantizar consiste en tomar un evento, un suceso o hecho social y convertirlo en algo épico, enaltecerlo, sacarlo del plano de lo real para hacerlo suceder en la trascendencia. Detrás de cualquier narrativa siempre hay una forma de entender el mundo, y detrás del relato del “trabajo esencial” podemos encontrar un sistema que favorece la precariedad y explotación.

Romantizar el sacrificio, el  trabajar en peligro, y la excepcionalidad deshumaniza a les trabajadores para convertirles en individuos extraordinarios que están para salvarnos, para servirnos de manera inevitable e incondicional. Sin embargo, mientras los heroes y heroinas no piden nada a cambio de su entrega, los trabajadores y trabajadoras tienen necesidades muy concretas y derechos que no pueden ser vulnerados por muy heroica que creamos que sea su tarea.

Entonces, ¿por qué romantizar? Se romantiza para justificar los malos tratos, para convertir un sistema explotador en el escenario adverso de una travesía heroica, para normalizar el sacrificio y mostrarlo como inevitable. Se romantiza para disfrazar una precariedad estructural que nunca fue normal pero tampoco extraordinaria.

Las mismas empresas que no reconocen a sus repartidores como empleades, ni les dan los elementos básicos de trabajo, nos dicen que el suyo es un servicio social y nos piden que lo reconozcamos con agradecimiento y propinas. Los espacios políticos que estando en el poder le quitaron el estatus de profesionales de la salud a enfermeras y enfermeros nos invitan a aplaudirles en los balcones y a entonar el himno es su honor. Los empleadores que mantienen en la informalidad a sus empleades agradecen “la garra” mientras recortan sus ingresos por fuera de la ley. 

El lugar central que ocupan les trabajadores “esenciales” en la cuarentena, lejos de redundar en su beneficio -en aumentos de salario, en mejores condiciones de trabajo, o una mejor posición para negociar-, termina usándose en su contra, de manera extorsiva, para exigirles aún más, dándoles menos. Si el trabajo es invaluable no hay recompensa de valor equivalente posible y pareciera que si el aporte es esencial, la retribución también puede ser invisible a los ojos. 

Eso que desde hace rato llaman amor

La romantización de la explotación no es una excepción ni un síntoma de la pandemia. Lo saben bien las trabajadoras domésticas, las cuidadoras, las docentes, las periodistas, las que ejercen su vocación, y las que por dedicarse a algo que han elegido sienten que no tienen la posibilidad de demandar. 

Lo que trae esta nueva crisis es la dificultad para actuar colectivamente en un contexto que nos llama a aislarnos, y para exigir lo propio sin quitarle al colectivo.  ¿Cómo nos fortalecemos y empoderamos si no podemos juntarnos? ¿Cómo levantamos la voz y reclamamos cuando el llamado es a darlo todo, a sacrificar lo individual en pos de lo comunitario? ¿Cómo traducimos los aplausos de las 9 y los carteles de los balcones en acción conjunta que mejore las condiciones de quienes consideramos esenciales?

A la tarea ya titática y cotidiana de hacer visible lo invisible se sumará el desafío de pensar nuevas formas de resistencia común en espacios que se acotan y que son cada vez más individuales. 

Nosotras, ¿paramos?

Nosotras, ¿paramos?

Nosotras, ¿paramos?

Por Eugenia Lasarte

En el marco del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, se realizan históricamente actividades de diverso tipo de visibilización de las problemáticas y desigualdades basadas en el género que expresa el sistema patriarcal y que oprime a millones de mujeres (y disidencias sexuales) alrededor del mundo. Desde hace algunos años, esta necesidad de dar cuenta la transversalidad de las cuestiones de género se transformó en una medida de lucha conocida como Paro Internacional de Mujeres, que se embanderó -entre otros conceptos- detrás de la idea “Nosotras movemos el mundo, nosotras lo paramos”.

La carga simbólica que trae aparejada esta idea del paro es de suma importancia, ya que evidencia, por un lado, la invisibilización socio-histórica de las mujeres e identidades femeneizadas (y su correlato: la subordinación en los diversos ámbitos de la vida cotidiana) y, por otro, el peso del movimiento feminista como actor socio-político fundamental. Sumado a esto, el paro de mujeres tiene, además, una carga material: la desigualdad en el ámbito laboral genera que, por ejemplo, la tasa de desocupación varía en más de 2 puntos porcentuales entre varones y mujeres del mismo grupo etario (30 a 64 años). Entre otros datos, la distribución de las tareas del hogar representa una desigualdad tan importante que el 75% las realizan mujeres (datos Encuesta Permanente de Hogares). Existen infinidad de datos cuantitativos que ilustran cómo opera el patriarcado en la vida cotidiana de las mujeres. Pero también existen trayectorias de vida que rescatar, porque en la particularidad de cada una, debemos encontrar la riqueza colectiva. Por las historias de las unas, son las de las otras.

En esta línea, construyendo poder popular, horizontal, con vínculos sororos, siento – en este día, y cada día- que hay de doblegar esfuerzos y ampliar la mirada por las compañeras que hoy no pueden ejercer un derecho tan propio, pero a la vez colectivo como el de realizar un paro: mujeres en situación de precariedad laboral, de violencia institucional y laboral, mujeres que sostienen el hogar sin que nadie haya reparado en sus deseos, en sus luchas, en sus dolores.

Si existiese alguna duda sobre la medida de fuerza, hoy nos empuja ser las cuerpas de aquellas que incluso con la visibilización que han conseguido los feminismos, siguen siendo explotadas en cada intersticio de su vida.

“Quien no se mueve, no siente sus cadenas”, esta idea de Rosa de Luxemburgo es tan potente que se reinventa en tiempos donde a muchas se nos están cayendo los velos de los vínculos de todo tipo. Este movimiento de liberación, o de explicitación de las opresiones, por supuesto que genera dolor, incomodidad, incertidumbre. Tenemos un sin número de cadenas alrededor de nuestras cuerpas, algunas más que otras. Este 8 de Marzo y cada día de militancia que llevamos adelantes, abracemos esas cuerpas compañeras. Para que el dolor no sea terror y para que sigan cayendo los velos.